Basilio, con las manos y los pies en la tierra
Basilio Wendler trabaja desde hace 60 años en obras de ladrillo. Hace 30 comenzó su emprendimiento, en el que trabaja con su hijo Carlos. Pisando la obra, como le dicen, uno se da cuenta del sacrificio que significan tantos años de duro trabajo. “A los 12 años ya trabajaba en la obra. Yo trabajé con los viejos, siempre estaba en la obra para cortar, para ayudar”, recuerda.
Basilio cumplirá 72 años (*) en los próximos días y desde los 12 está ligado a la fabricación de ladrillo. La obra, como todos le dicen, es su lugar.
“Trabajo porque me gusta”, dice con la sencillez de aquel hombre que, pese al sacrificio, valora su trabajo. No es poco si pensamos que su obra cobra vida cuando vemos una casa. Son esas manos curtidas por el duro trabajo las que hacen un aporte visceral para que después, ladrillo por ladrillo, se pueda construir.
No hace falta preguntar si es un trabajo duro. Uno lo ve, lo presiente al pasar en automóvil por alguna obra. Y cuando uno pisa la obra lo siente, lo vive. Y cuando uno lo mira en la cara de Basilio ve los surcos marcados. Y en ellos se puede leer su historia.
Hace 30 años comenzó a quemar ladrillos en su obra y pronto cumplirá 72 años de edad.
“A los 12 años ya trabajaba en la obra. Yo trabajé con los viejos, siempre estaba en la obra para cortar, para ayudar”, recuerda.
–¿Quiénes trabajaban en esa época?
–Pedro Krapp, Vergara, mi tío Enrique Kranevitter. El tío tenía un Rastrojero… y cuando los viejos tomaban mate, yo metía barro en la carretilla y empezaba a cortar.
–¿Cómo hacen en invierno para trabajar?
En invierno esperamos a que caliente un poco el sol, porque esos días de mucho frío con lluvia no se puede trabajar.
En la obra es necesario el sol para que el adobe se seque. “El viento ayuda mucho también”, agrega Basilio.
¿Cómo hacen para llenar el pisadero con tierra?
–Al pisadero lo carga el municipio, con un sapo tirado por un tractor.
¿Qué se utiliza para la mezcla?
La mezcla para la fabricación del adobe se puede hacer de varias maneras, se utiliza arroz, viruta, bosta de caballo.
¿Y cuál es el secreto para una buena mezcla?
–Ah… la bosta de caballo.
El secreto para un buen adobe –dice Basilio– es la bosta de caballo. “Una carrada por mil adobes”, asegura. Y sentencia: “El problema es que ahora hay poca bosta para tirar; la come el bicherío”.
Hacer la mezcla es bastante complicado. Hay que mojarla bien para poder trabajar. Durante dos o tres días los que toman la posta son los caballos; “para lograr que se mezcle todo bien”, apunta Basilio mientras se acomoda el sombrero y posa para la fotografía.
Cual aguja de reloj, la vara de eucalipto se mueve en el pisadero. Es la que sirve para que Basilio, sentado en un asiento improvisado, ayude a los caballos a hacer su trabajo. “Ahora tiene un asiento de rastrillo de antes y tengo otra vara ahí”, afirma. “Le puse asiento porque hay que caminar dos o tres días ahí. Los caballos a veces van rápido, hay que sujetarlos con la rienda”, dice mirando el sector de trabajo.
Después de hacer un par de metros con unos cuantos kilogramos de carga en una carretilla de madera, Basilio se acomoda el improvisado delantal.
Ya en la mesa, donde se corta el adobe, trabaja a sus anchas. Ahí se ve la experiencia, la sapiencia que Basilio adquirió a través de los años de duro trabajo.
“Se vuelca acá en la cancha. Después se junta de nuevo para apilar”, comenta y señala:
“Aquello era todo cancha”. Ahora está todo cubierto de pasto, y como al pasar, cuenta los secretos: pasar la medialuna con los caballos, después el rastrillo. “Hay que carpir bien cuando se vienen los yuyos”, agrega.
–¿Demora mucho en secar el adobe?
–En esta época, alrededor de ocho días. El problema es en invierno, donde pasamos un mes y medio, a veces dos meses esperando que seque para meterlo al horno. Estos –dice señalando los adobes apilados– sobraron del horno que quemamos el sábado pasado.
La quema se realiza una vez al mes, y por el proceso que lleva la mezcla de los componentes para el adobe, deben utilizar dos pisaderos para fabricar 15 mil ladrillos.
“La semana pasada llovió y no pudimos cortar, por eso el otro pisadero está vacío”, explica.
–¿Por qué empezaste a trabajar en la obra?
–Porque me gusta.
Quince mil cortes, 15 mil esperanzas por mes.
Tira el molde, da de comer a los caballos y sube a la bicicleta para regresar a casa. “Siempre anduve en bicicleta. A veces miro la subida, la cuesta arriba y dale nomás. El Carlitos me dice ¿Vamos? Vamos nomás…”
* Entrevista realizada por Marcelo Rivero en el año 2009.