Hábitos más saludables: promueven el consumo de productos agroecológicos

El especialista Pablo Tittonell brindará mañana una charla para concientizar sobre los beneficios de un modo de producción sustentable.

El incremento del consumo de productos industrializados puede tener efectos nocivos para la salud. A su vez, sus modos de producción generan controversia. No obstante, a pesar de los cuestionamientos, la oferta de este tipo de artículos prolifera en las góndolas de los supermercados y acceder a opciones más saludables es un desafío que constantemente deben afrontar los consumidores.

El ingeniero agrónomo Pablo Tittonell, especialista en Ecología de la Producción y Conservación de Recursos, es coordinador del Programa Nacional Recursos Naturales, Gestión Ambiental y Ecorregiones del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Argentina, y abordará esta problemática en la charla abierta a todo público, con el título «Los desafíos de la transición agroecológica: del productor al consumidor». Será mañana de 19 a 21, en el Consejo General de Educación, situado en Córdoba 300, Paraná.

La charla tiene como objetivos concientizar e informar a la población sobre un tema que afecta a la población en general, y sobre este punto, señaló a UNO: «En Argentina lamentablemente se están mostrando tendencias cada vez peores en términos nutricionales. Para empezar, es el país con mayor consumo de productos procesados industrializados de toda Latinoamérica, y eso tiene consecuencias muy negativas para la salud». En este marco, ejemplificó: «Si uno observa un pan comprado en un supermercado y lee en su etiqueta la cantidad de ingredientes que tiene, son como 30, cuando en realidad se puede elaborar con cuatro ingredientes, que son harina, agua, levadura y sal. Todo lo demás que le ponen las industrias tiene un efecto sobre la salud humana».

Asimismo, afirmó: «En el país tenemos además un 60% de los chicos con problemas de obesidad infantil, y en ese caso estamos disputándole el primer lugar a nivel mundial a México. No es un problema no menor, y uno empieza a escuchar que las autoridades nacionales comienzan a preocuparse y a mencionarlo, pero es un tema que en general esté priorizado en la agenda».

En su análisis, el experto comentó que las tendencias a consumir alimentos industrializados «es más bien reciente», y al respecto dijo: «Los cambios en el consumo se dieron en los últimos 10 o 20 años», y destacó que pueden revertirse, en procura de una vida más saludable: «Tienen que ver con la capacidad de los gobiernos para influir en los cambios, como pasó por ejemplo con el tabaquismo. Los índices de fumadores se modificaron y ya nadie piensa en fumar en un espacio cerrado. Eso que empezó como una prohibición se transformó en una pauta cultural y hoy en día a nadie se le ocurriría encender un cigarrillo en un cine y no hace falta poner un cartel».

En este marco, Tittonell sostuvo: «No hay que menospreciar el poder que pueden tener las campañas de comunicación o la legislación para orientar los comportamientos», y habló del caso de los países donde en las etiquetas de los productos se informa a los consumidores los componentes de lo que van a adquirir. «En muchos países, entre ellos Chile, hay alimentos vienen con una etiqueta negra, advirtiendo a quien lo compra sobre los niveles de azúcar, las calorías, la cantidad de grasas trans, el colesterol. Eso tiene un impacto muy importante en la elección que hace la gente», aseguró.

Sobre este punto, reflexionó: «La información nos hace libres. Las empresas tiene un objetivo, que es ganar dinero, y son pocas las que se van a plantear problemas éticos sobre qué le dan de comer a la población. Tienen una materia prima a la que le quieren valor y obtener el máximo provecho de eso, y muchas veces eso implica usar mecanismo de lobby, como por ejemplo en la imposibilidad de ponerle una etiqueta a los alimentos transgénicos. Más allá de que uno pueda adherir o no a la tecnología, uno debería tener derecho a decidir si quiere comer algo transgénico».

«Es muy difícil luchar contra eso, las compañías tienen lobbistas profesionales que se encargan de que las leyes los favorezcan, y lo que se puede hacer contra eso es tener consumidores informados, y que pueda decidir», enfatizó.

 

El rol del consumidor

En su análisis, Tittonell comentó: «En medio de tanta discusión que existe sobre los problemas ambientales asociados a la agricultura, lo que olvidamos es que muchas veces los consumidores también somos responsables de la agricultura que tenemos, y no solamente el productor».

«Si tenemos un campo y una agricultura diversa también podemos tener un plato diverso en nuestra mesa. Entonces, nuestros patrones de consumo determinan también lo que se hace en el campo», dijo, y recalcó: «Por eso es importante tener estos debates junto con la sociedad, para que todos sepamos cuál es nuestro rol y qué podemos hacer de nuestra parte para solucionar el problema de la contaminación asociada a la agricultura actual».

El ingeniero agrónomo sostuvo que frente a la imposición de los mercados de consumir productos industrializados, van emergiendo alternativas más saludables por las que se puede optar: «Cada vez existen más mercados de proximidad, alternativos, agroecológicos, donde además de que no usan agroquímicos, las ventajas de comprar en esos lugares es que la gente puede tener un contacto directo con el productor y se va acortando la cadena, y con la posibilidad de decir ‘quiero consumir de tal forma, quiero esto o lo otro’, y puede preguntar a una persona física que está frente suyo cómo está produciendo ese alimento», indicó.

En este marco, destacó que en la actualidad existen mecanismos de distribución de verduras en muchas ciudades que contribuyen a estos modos de consumo alternativos, como cajas o canastas de verduras agroecológicos, donde alguien se inscribe en un sistema y recibe semanalmente la mercadería cultivada por productores agroecológicos, y expresó: «Cuando uno saca cuentas, no está pagando de más, sino lo mismo o menos, porque además eso tiene un precio fijo durante todo el año».

Tittonell explicó que las verduras tienen un ciclo e instó a los consumidores a hacer «un pequeño esfuerzo y no querer consumir todo el año las mismas»: «El productor agroecológico necesita diversidad en su campo, para que tenga más robustez ecológica, más polinizadores y más fertilizantes naturales, y no necesite usar pesticidas. No puede producir solamente lechuga y tomate, sino que le tenemos que comprar el resto de las cosas, para ayudarlo y porque además la diversidad es buena para nosotros», aclaró.

 

Fumigaciones

Sobre las fumigaciones que forman parte de los modos de producción actuales en la mayoría de los casos, opinó que se pueden tomar diversas medidas: «En primer lugar, asegurarse de que lo que se hace, se haga bien. Si un productor va a utilizar un veneno, tiene un elemento que va a poner en riesgo al ambiente, su vida, a su familia, a los vecinos, y debe utilizarlo correctamente y con mucho cuidado».

En este contexto, explicó: «El glifosato es una molécula para ser utilizada una o dos veces por año en el campo, en dosis de uno o dos litros por hectárea, y cuando se usa de esa forma realmente se degrada en el suelo, pero cuando se usan nueve o 10 litros de glifosato y todo el año, como hacen ahora los productores, el suelo no puede degradarlo y eso genera una contaminación enorme de las aguas, del suelo, del polvillo, y esa contaminación llega mucho más lejos de las periferias de las ciudades. Ahí es donde hay que proponer otro sistema de producción y aparece nuestro campo, que es el de la agroecología para crear conciencia sobre otra forma de producción que sea sustentable».

Por último, mencionó que además de las «buenas prácticas», los gobiernos tienen formas de controlar el estado de las pulverizadoras, por ejemplo, y promover «retenciones diferenciales de acuerdo al tipo de manejo de la soja». Al respecto, concluyó: «Creo que cuando se le toque el bolsillo a la gente ahí sí va a haber un cambio importante».

Fuente: UNO